“Hemos perdido el miedo” o “En el momento más oscuro llega el amanecer”. Es el milagro de la ‘Spanish Revolution’, una revolución pacífica y exportable con la que algunos (o muchos, según la óptica) pretenden resetear el capitalismo contemporáneo y sustituirlo por un modelo más justo y menos viciado.
Pero, ¿cómo se cocina una Revolución Pacífica? Sobre esto hay pocos precedentes, si excluimos la figura de Gandhi.
Con lemas como los anteriores, desde un parque a tres manzanas de Wall Street se intenta desintegrar el sistema a través de mucha imaginación, eslóganes pacifistas y honestas intenciones. En cada lugar donde prende la mecha hay peculiaridades. El histórico espíritu solidario americano equilibra carencias: Greenpeace ha brindado electricidad y Wi-Fi. La cultura de donaciones que existe en EE. UU. dota al movimiento de medios impensables en España. Además, las iglesias han ofrecido espacio para que los activistas puedan descansar en blando.
Pero volvamos a cruzar el charco. ¿Hacia dónde va la #spanishrevolution? ¿A quiénes les interesa que este movimiento no vaya a ningún sitio convincente? Empezó siendo una acampada y, después del letargo veraniego, ahora el movimiento se dinamiza.
Algo está claro, España necesita ya una segunda reforma política que exija mayor democracia interna en los partidos y una mejor redefinición de las instituciones, entre ellas las legislativas y judiciales. En nombre de una transición modélica, al parecer intocable, ni conservadores ni socialistas han querido romper el hielo. Pero también sus votantes, es decir la mayoría de nosotros, han refrendado la quietud. También somos culpables o al menos responsables.
En este sentido, la presión ciudadana continuará siendo importante si aprovecha, por los cauces legales, la generosidad y los recursos de la democracia. Pero, si todo ese cabreo y enfado no se reflejan contundentemente en las urnas, todo será un contrasentido. De nada habrán servido las protestas.
El 15-M critica el funcionamiento de la democracia parlamentaria y el poder excesivo de los partidos políticos, pero evidencia por desgracia el desapego de los votantes hacia la política durante los últimos treinta años.
En AxC defendemos desde hace mucho tiempo la participación ciudadana en la política pero no como meros espectadores. En nuestro pueblo, Colmenarejo, hemos denunciado la arrogancia de los políticos y el desdén con el que nos trataban a todos los vecinos. Por este motivo, después de la lucha dimos el paso, nos “mojamos” como ciudadanos cabreados con los políticos al uso, y nos indignamos hace ya dos años, formando un pequeño partido para concurrir a las elecciones municipales con un programa político en el que confiaron 564 votantes.
En las pasadas elecciones locales hubo 1.800.000 votos nulos y en blanco en toda España, que dicen mucho, y el 20-N puede haber más. Según el último barómetro del CIS, el 67 % de los españoles no cree en los políticos. ¿Y entonces qué hacemos con la política?, ¿en qué manos la dejamos?, ¿cómo resolvemos los problemas de la comunidad?, ¿es justo indignarse por igual con los grandes partidos que disponen de grandes subvenciones (incluso de dudosa financiación) y miles de horas en la tele que con otras pequeñas formaciones, como AxC, que sobreviven con las cuotas de sus afiliados y que desarrollan una labor “a pie de calle”?
En una asamblea en su querido barrio de Chamberí, José Luis Sampedro decía: “el sistema necesita un cambio. Europa está hundida ya, y con ella el sistema capitalista. No tenemos líderes porque los que hay no saben dónde van y en este momento todo son crisis: la financiera, la alimentaria, la educativa”. Y añadía: “La educación que se imparte es catastrófica. Nos educan para ser productores y consumidores, no para ser hombres libres”.
El movimiento 15-M es un hito en España, porque ha supuesto reencontrar la sociedad civil. Sin embargo, es imprescindible que consiga mantenerse como algo de todos y que no se marginalice ni se convierta en un mero conflicto generacional.
Los jóvenes, por fin, han reaccionado; se les había echado de menos durante años. Faltaba el motor, pero en las últimas manifestaciones del 15-O, junto a ellos caminaban trabajadores, padres con niños, ancianos cabreados y toda esa gran clase media empobrecida y harta.
Por fin han salido a la calle. Las propuestas de mínimos son conciliadoras y bajo demandas compartidas como mayor transparencia y menos corrupción, mayores cauces de participación, mejora del sistema electoral, etc.
Pero el problema es cómo llevar todo eso a la práctica, ¿prescindimos de los políticos y de la política? La primera piedra en el camino aparece cuando se pasa de un consenso de mínimos a realizar declaraciones de ideas más extensas que ya no son compartidas por todos y cuyo sesgo ideológico es evidente. También hay piedras, cuando de la realización de acciones de contestación (ocupaciones de bancos, obstrucción a desahucios, etc) se pasa la gestión de los problemas.
Precisamente, esa sensación de volatilidad tan característica de las movilizaciones post-materialistas de nuestro entorno desclasado destaca como uno de los primeros rasgos a tener en cuenta. Lo que un viernes nos parece la “revolución” o “transformación” definitiva del sistema, el lunes siguiente parece ya olvidado y volvemos a nuestra cotidianeidad (trabajo, hipoteca, planes de vacaciones…); y no sólo es cuestión de los medios de comunicación, que indudablemente juegan y favorecen esta dinámica del gran titular, prefiriendo los aspectos folklóricos frente a los contenidos, sino que en el seno de una movilización espontánea e impredecible como esta existe un arma de doble filo: el impacto y simplicidad del discurso que tanta gente puede juntar en un momento álgido, es también una debilidad en cuanto que dificulta un discurso coherente y realmente “radical”, es decir que haga frente a la raíz de la situación que se quiere denunciar.
Por otra parte, están los intentos de manipulación por parte de fuerzas políticas tradicionalmente proclives a parasitar movimientos ciudadanos. En Suecia o en Alemania se han creado partidos de gentes indignadas como el “Partido Pirata”, pero en España el movimiento desea ser absolutamente horizontal y asambleario, lo cual es muy respetable aunque poco práctico a la hora de poder cambiar la realidad y las reglas del juego.
La razón nuclear para tanto indignado está muy clara: la sensación de hartazgo de la ciudadanía respecto del funcionamiento general del sistema político, que en tiempos de crisis ha demostrado, con más evidencia que nunca, su pliegue total al sistema económico.
Desde las asambleas de las plazas céntricas de las ciudades también se ha dado un paso adelante haciendo el esfuerzo de descentralizar el movimiento y llevarlo a los barrios y pueblos pequeños como Colmenarejo. Todavía es muy pronto para saber cómo está funcionando esta nueva #barriorevolution, porque las dinámicas y los ritmos de los espacios locales suelen ser más lentos, y en cierto sentido más complejos, cuando se enfrentan a la problemática cotidiana. Después de una fase de irrupción las iniciativas transformadoras deben tener su base real en el ámbito local. Son la praxis y la cotidianeidad vinculadas a la realidad y a la vida de las personas las que hacen realmente revolucionarios los cambios sociales y políticos.
Como decía José Luis Sampedro, “El 15 de mayo ha de ser algo más que un oasis en el desierto; ha de ser el inicio de una ardua lucha hasta lograr que, efectivamente, ni seamos ni nos tomen por mercancía”. Genre and literacymodelling context in educational linguistics. writemyessay4me.org/